Brenda Xum: Muy buenas tardes don Gustavo. Hoy es 20 de febrero del 2014. Mi nombre es Brenda Xum. Estoy aquí con don Gustavo Meoño. ¿Cómo le gustaría que lo llamara don Gustavo o solo Gustavo? Gustavo Meoño: No, solo Gustavo. Brenda: ¿Cuántos años tiene, don Gustavo? Gustavo: 65 recién cumplidos. Brenda: Feliz cumpleaños. [ríe] Él es guatemalteco. Director del Archivo de la Policía Nacional. Gustavo: Archivo Histórico. Brenda: Archivo Histórico de la Policía Nacional en Guatemala. Estamos acá para realizar una entrevista para el depósito de la Benson. Antes que todo, muchas gracias por su disponibilidad. Me gustaría que me contara primero para empezar sobre su etapa cuando era joven, cuando usted era adolescente, ¿alguna vez sonó con llegar al lugar en el que se encuentra en este momento? Gustavo: A mí me pasó algo muy especial porque terminando el colegio con 17 años me involucré y había estado participando en un grupo de jóvenes cristianos con cierta sensibilidad social e ideas políticas todavía muy generales, seguramente una carga de paternalismo, de sentimientos de lástima por la injusticia, por la pobreza. No era todavía ningún pensamiento político, ideológico o algo más elaborado. Cuando me tocó involucrarme, en un cursillo en el que estaba se presentó la posibilidad de apoyar en una campaña de vacunación en una aldea campesina en el departamento de Huehuetenango en un municipio que paradójicamente se llama La Libertad donde existen los niveles de miseria más terribles. En esa situación, finales de 1966 me vi confrontado a esa realidad de pobreza extrema, de injusticia, de discriminación, de racismo y fue para mí un golpe muy fuerte. En una tarde que me tocó ayudar para vacunar dos niñitos, eran gemelos, la madre los llevó para que les pusieran la vacuna. Los llevaba muy cubierto porque allí es un lugar muy frío y cuando los descubrió para que se les pudiera vacunar, yo estaba anotando nombres, cuando pregunté edad me dijo tres años. Yo me reí y le dije, "¿Tres meses?". Los veía tan chiquititos, tan flaquitos. Ne dijo, "No, tres años". Ahí me quebré y me salí, no aguanté. Le hice un juramento a la vida, no sabía qué hacer, pero lo que fuera estaba dispuesto a hacerlo para que esa situación algún día cambiara. Para mí casi puedo decir que recuerdo el lugar, el día, la hora donde asumí un compromiso casi a ciegas. Respondiendo a la pregunta, por esas circunstancias de la vida casi tuve claro qué quería ser o qué quería buscar. Me siento satisfecho conmigo mismo porque desde ese momento, hoy tengo 65 años, creo que me he mantenido consecuente con ese juramento que le hice a la vida. Creo que no he hecho otra cosa a lo largo de mi vida más que buscar esas salidas, esas respuestas a esa situación. Sí, creo que sí me imaginé de alguna manera o intuí de alguna manera que iba a hacer las cosas que he hecho a lo largo de mi vida y que sigo haciendo el día de hoy. Brenda: Cuénteme sobre sus inicios en el movimiento armado. Usted me cuenta que esta experiencia la tuvo muy temprano, ¿a qué edad usted decidió formar parte del movimiento guerrillero? Gustavo: De este grupo con el que participaba en ese momento seguí todo el año 67 que era cuando me tocaba entrar a la universidad participando en trabajo con las comunidades indígenas de Huehuetenango. Concretamente estuve en un municipio del pueblo Q'anjob'al, municipio de Santa Eulalia en Huehuetenango. Me interpelé a mí mismo entre qué hacer, si regresarme a la ciudad de Guatemala y entrar a la universidad, era lo que me tocaba, estaba incluso inscrito, o quedarme trabajando con las comunidades y decidí quedarme. Al final de ese año el trabajo que estábamos haciendo iba creciendo, iba siendo cada vez más intenso. Fuimos denunciados por comunistas, guerrilleros que les estábamos llevando ideas extrañas o ideas subversivas a los campesinos, a los indígenas. Fuimos claramente amenazados, nos dieron 48 horas para salir del país y no podíamos hacer otra cosa y salí a México con todo este grupo. Eso nos llevó en México. Eso ya fue en el año 1968, salí de Guatemala a finales del año 67, estuve en México en el 68. Es el año del movimiento estudiantil, es el año de Tlatelolco, viví todo eso, me marcó. En ese contexto fuimos contactados por un grupo de revolucionarios guatemaltecos que estaba en ese momento en Cuba y que habían decidido romper con el partido comunista, con el PGT, romper con la organización guerrillera de la época, las FARC y formar una nueva organización a partir de una serie de críticas y sobre todo de planteamientos nuevos, de propuestas. Yo acepté participar, todo el grupo aceptamos participar. Por lo tanto, me tocó ser parte de los fundadores del Ejército Guerrillero de los Pobres. En mi caso en México, fue en agosto de 1968. A partir de ese momento yo empecé a militar en el EGP absolutamente desde sus orígenes, desde su primer momento. Estuve 25 años militando hasta finales de 1993 cuando me retiré. Brenda: Cuénteme, en ese momento en el que usted se unió al EGP, ¿cuáles eran las ideas que movían a los grupos de jóvenes que me cuenta? ¿Qué era lo que ustedes soñaban hacer en ese momento? Gustavo: Ya la claridad sobre la necesidad de la lucha armada, la necesidad de participar en un movimiento revolucionario, incluso el concepto de guerra revolucionaria del pueblo, de guerra prolongada de la lucha armada eso estaba muy claro para nosotros. Creo que en general para sectores importantes de la juventud latinoamericana y de otros continentes a partir de la experiencia de la revolución cubana eso era muy claro para América Latina. En esos momentos el ejemplo de Vietnam, el pueblo vietnamita luchando, resistiendo en contra de la intervención de los Estados Unidos significaba un ejemplo y un estímulo muy fuerte. No era ni siquiera un debate, no era una discusión, no era un dilema, estaba claro para nosotros por dónde había que buscar. El dilema era cómo, el dilema era con qué características. El EGP hizo varias críticas profundas a la experiencia revolucionaria en Guatemala hasta ese momento particularmente planteando la necesidad de la incorporación de los pueblos indígenas de Guatemala, la necesidad de darle un protagonismo fundamental a los pueblos indígenas en la revolución a diferencia de lo que plantaban o hacían o habían hecho hasta ese momento otras organizaciones. Eso a mí me tocó profundamente porque era justamente la experiencia de la que yo venía. Además, yo venía de un grupo de jóvenes cristianos, así había sido mi formación, yo estudié en un colegio con los hermanos maristas y claramente mi motivación tenía que ver también con ese pensamiento. La época del nacimiento, del surgimiento de la teología de la liberación, estaba todavía muy fuerte la influencia del Concilio del Vaticano II de Juan XXIII, las encíclicas de la iglesia en ese momento. Ya había muerto Juan XXIII, el papa Pablo VI. Todo eso pesó de manera muy importante, todo eso se mezcló. Claramente había una convicción de que ese era el camino, ese era el compromiso ineludible que teníamos como personas, como jóvenes y en mi caso y con mi grupo también como cristianos que entendíamos de esa manera el cristianismo. Brenda: ¿Cuáles fueron las funciones iniciales dentro del movimiento guerrillero? ¿Cómo se conformó este grupo? ¿Cuáles fueron las acciones que ustedes realizaron para organizarse y llevar a cabo las ideas que tenían en mente? Gustavo: Sí, sí anduvo una organización nueva, una organización naciente que se estaba formando justamente de la decisión de otras organizaciones revolucionarias y de la incorporación de nuevas personas y con un planteamiento de construcción de largo plazo. No se trataba de plantear una organización que iba a salir a luz pública inmediatamente o que iba a iniciar acciones armadas inmediatamente, sino por el contrario hubo un planteamiento de construcción clandestina, silenciosa, gradual, paciente antes de estar en capacidad de llevar a la práctica las ideas, los conceptos. Claramente hubo diferenciación de tareas desde el principio. Circunstancialmente a mí se me encomendaron las primeras tareas de buscar contactos en la zona fronteriza entre México y Guatemala. Yo viajé de la Ciudad de México en donde estábamos en ese momento, aquí ya estoy hablando de 1969, a Tapachula, una ciudad fronteriza entre México y Guatemala para poderme ubicar ahí y poderme mover como mexicano, hacer amistades, buscar algún tipo de base de apoyo para crear condiciones que permitieran pasar la frontera entre ambos países. Digo circunstancialmente porque igual se me pudieron haber encomendado otras tareas y pude haber tenido funciones más relacionadas con la actividad militar, con la actividad guerrillera propiamente dicho y eso me habría marcado. Pero no, me tocaron tareas clandestinas, en la clandestinidad hacer un trabajo político, hacer un trabajo de ganar adeptos, de buscar gente, de convencer. Eso como lo hice y lo hice bien siendo mis primeras tareas. Ya en ese año yo cumplí 20 años en el año 69 y me tocó regresar a Guatemala clandestinamente a seguir haciendo ese trabajo. Me quedé durante toda mi militancia justamente haciendo este trabajo de carácter clandestino, de carácter político, carácter organizativo. Me convertí en eso, en un organizador clandestino, en alguien que andaba todo el tiempo buscando cómo ganar más personas, cómo multiplicar y cómo crear estructuras básicamente en el área urbana. Eso después se convirtió en trabajo con las organizaciones populares en crear, incluso ayudar a crear organizaciones sociales revolucionarias, campesinas, sindicales, estudiantiles, magisteriales, etcétera. Prácticamente tengo también una continuidad total, empecé con eso y seguí con eso a lo largo de todos los años. Brenda: Eso quiere decir que usted estuvo en la frontera, como me cuenta, y también en la ciudad, usted observó el movimiento desde las dos áreas. Gustavo: Sí. Lo de la frontera fue una cuestión muy transitoria, solamente fue incluso meses del año 1969 porque en cuanto ya creé condiciones, eso significaba tener documentos, moverme, que la gente me viera como mexicano o me viera como alguien que podía pasar, en este caso a Guatemala como turista o como vecino de Tapachula que iba a pasear a ciudades fronterizas en Guatemala. Una vez que logré eso ya me tocó, había una circunstancia, una compañera que ella había trabajado muchos años en Guatemala haciendo trabajo clandestino. Ella tenía muchos contactos con gente colaboradora, incluso de diferentes épocas vinculadas al movimiento revolucionario. Ella tenía un grave problema en la columna por un accidente que había sufrido y la tenían que operar. El problema era un vértebra muy alta donde la operación, sobre todo con la medicina de la época, no garantizaba que ella pudiera salir bien. El riesgo era muy alto de que pudiera quedar con alguna discapacidad grave, severa. Se tomó la decisión de que antes de operarse ella regresara a Guatemala gracias a las condiciones que yo había creado y que ella me trasladara a mí los contactos que ella tenía, que me presentara con todas esas personas en Guatemala por si ella después no podía volver a hacerlo o iba a pasar mucho tiempo. Así que eso precipitó, regresé el último día del año 69 a Guatemala, ella me presentó esos contactos y regresó a México para operarse. Sufría unos dolores terribles y tuvo la actitud de hacerlo. Me recuerdo que se tenía que inyectar analgésicos fuertísimos. Por cierto, se parecía a ti, fíjate. Era una compañera morena, alta, que en Guatemala no era muy común su físico. Me contactó con toda la gente que ella conocía y regresó. Salió bien de la operación. En fin, lo peor no ocurrió afortunadamente, pero esa fue la circunstancia. Yo ya me quedé trabajando y viviendo clandestinamente en Guatemala y obviamente haciendo crecer esa estructura porque una persona contactaba a otra y otra a otra o a un familiar o a un amigo. Era un trabajo de crecimiento permanente. Casi diario algún nuevo contacto, un nuevo colaborador, futuros militantes o combatientes que se iban incorporando. Brenda: ¿Hay alguna historia de aquel tiempo en el que usted formó parte del movimiento que siempre recuerde que pueda compartir con nosotros que ha marcado su vida? Me imagino que son muchas. Gustavo: Sí, obviamente con tantos años de militancia hay miles de situaciones. Más que un momento creo que me marca o me recuerda o recuerdo con frecuencia situaciones similares que viví en diferentes momentos, sobre todo de esperanza. Yo mismo me sorprendía de cómo podíamos convencer a tantas personas de que valía la pena luchar. Estábamos de acuerdo en que esa situación de injusticia, de desigualdad extrema, de ausencia de oportunidades, casi ausencia de esperanza, eso tenía que cambiar, pero ¿cómo? ¿De qué manera? Era algo así como vender sueños, como convertirme en un vendedor de sueños. Yo mismo me sorprendía, decía, "¿Cómo es posible si no somos nada? No tenemos nada, no tenemos recursos. Solo tenemos ideas, sueños y convicción". Eso se contagia. Eso me pasó muchas veces. Siempre me dejaba una sensación de sorpresa porque yo mismo decía, "¿Cómo es posible que la gente se convenza y esté dispuesta incluso a jugarse la vida, a poner en riesgo, no solo su vida, la de su familia, por este sueño?". Eso se lograba constantemente. Eso sería la experiencia más satisfactoria, más gratificante que me tocó vivir muchas veces. Siempre me producía la misma alegría, me producía la misma sensación, me hacía sentir bonito eso. Brenda: Uno que recuerde, un momento que haya sido duro de vivir. Imagino que también han de haber sido muchos. Digamos uno de los recuerdos que usted tenga que usted puede considerar el más triste o el que más lo ha tocado. Gustavo: Yo diría que de la misma manera, más que un momento en particular, constatar que en medio de una lucha justa, de una lucha necesaria, de una lucha incluso cargada de heroísmo por mucha gente, cómo se podían cometer errores, cómo se podían cometer injusticias e incluso atrocidades en nombre de la revolución. Eso es sin duda hasta el día de hoy lo que me produce más amargura. Me produjo en su momento y me sigue produciendo más amargura. Por ejemplo, fusilamientos de compañeros por dudas, por situaciones que sin estar claras, sin agotar otras posibilidades alguien hizo uso del poder que tenía y decidió sobre la vida de otros. Cómo hubo compañeros fusilados porque se dudaba, porque se desconfiaba, por lo que fuera. Me pareció profundamente injusto y me sigue pareciendo hasta el día de hoy injusto. Otros hechos que todavía son más terribles, porque dentro de los errores, dentro de los excesos, dentro de las injusticias también hubo atrocidades. Masacres, matanzas de comunidades. No hay proporción con lo que hizo el ejército, no hay comparación con el genocidio que el ejército y el Estado de Guatemala cometieron. Son hechos puntuales, pero definitivamente condenables, injustificables desde todo punto de vista. Si en esa comunidad se habían convertido en patrulleros civiles, que el ejército los usaba, que apoyaban al ejército o que esos patrulleros civiles habían ido junto con el ejército incluso a masacrar en otra comunidad. Eso hizo que algunos compañeros en el EGP consideraran que lo que había que hacer con esa comunidad era lo mismo que los patrulleros civiles habían hecho en otra comunidad, se convirtieron en masacres. Eso para mí es un crimen absolutamente injustificable. Ese tipo de hechos, constatar que aun en nombre de la revolución se podían cometer hechos de esa naturaleza, creo que fue y sigue siendo hasta el día de hoy lo más amargo, lo que recuerdo con más amargura. Brenda: En ese momento, en lo que me cuenta, en el que usted estuvo como parte del movimiento, cuénteme cuáles eran los temores, ¿qué era lo que más le atemorizaba a usted en ese momento de tanto riesgo y de enfrentamiento armado? Gustavo: Hoy para mí se me hace hasta difícil de entender cómo fue posible vivir en esa situación, sobre todo en estos años que llevo trabajando en el Archivo Histórico de la policía y me doy cuenta de qué manera funcionaba la inteligencia militar, la inteligencia de la policía, cómo efectivamente el riesgo era tan alto. En total que fueron dos etapas, en total estuve 16 años clandestino en la ciudad de Guatemala que es muchísimo tiempo porque en las ciudades el promedio de vida de un revolucionario era bajísimo, el riesgo de caer era mucho más alto. La clandestinidad era muy relativa. 16 años es realmente mucho tiempo para la actividad clandestina. Con mis características físicas todavía más porque efectivamente mi estatura y mis características no son todavía-- Y menos en aquellos años. Hoy hay un montón de jóvenes más altos que yo, pero en esos años no. Con todo eso junto a veces pienso que es casi un milagro estar vivo, pero lo que quería decir es que a pesar de eso no vivíamos o por lo menos yo no vivía en una situación de angustia. Creo que la posibilidad de perder la vida se llega a convertir en una convicción, se llega a convertir en una realidad que uno asume conscientemente, voluntariamente, sabe que-- La famosa frase del Che, es decir, "Morir está dentro del cálculo lógico de probabilidades", por supuesto. Creo yo que la mayor preocupación era caer vivo. La mayor preocupación no era morir, la mayor preocupación era vivo, ser capturado vivo. Sí, cómo podía uno reaccionar frente a la tortura que uno sabía perfectamente lo que le esperaba al que fuera capturado vivo. Yo tuve durante años una cápsula de cianuro entre un frasquito, que por cierto lo disfracé como una cruz. La parte central era el tubito de vidrio que tenía la cápsula de cianuro y le puse otros dos bracitos, era como una cruz y ahí llevaba mi cianuro. Eso se convirtió en un elemento de tranquilidad. En cuanto había una situación de peligro que yo detectaba si lo tenía entre la bolsa, lo buscaba, lo agarraba y era como la certeza de que, "A mí no me van a agarrar vivo". Eso me tranquilizaba. Cuando por alguna circunstancia lo olvidaba, cambio de pantalón y lo dejaba, me pasó muchas veces, y me daba cuenta que no lo tenía me angustiaba la sensación de que no iba a poder. Creo que ese era probablemente el temor más frecuente y más fuerte, era el riesgo de ser capturado vivo y por lo tanto tener que pasar por esos extremos. Brenda: Usted me dijo al principio que había salido de Guatemala al exilio, ¿cuénteme cómo fue su experiencia fuera de Guatemala y si hubo alguna forma de apoyo cuando usted estuvo en el exilio todavía desde el exterior hacia el movimiento que se estaba dando en Guatemala? Gustavo: Yo estuve fuera en dos momentos. Ya referí cómo a finales de 1967 yo tuve que salir, como teníamos 48 horas para abandonar el país según la lista que habían publicado y efectivamente. Es una larga historia porque en el grupo de jóvenes cristianos donde yo participaba este lo encabezaban sacerdotes y religiosos estadounidenses de la orden Maryknoll, el Cráter se llama ese grupo, es una historia bien conocida, hay muchos libros y todo de esa experiencia. Los hermanos Melville, Thomas y Arturo Melville, dos sacerdotes Maryknoll y una monja, Marjorie Bradford. Ellos han escrito, han publicado cosas. De alguna manera se ha estudiado esa experiencia de este grupo del que formé parte. Salimos a Costa Rica porque no pude salir a México, no tuve tiempo, se acabó el plazo. Salimos a El Salvador, dice, "Vámonos a Costa Rica y de Costa Rica a México". Estuve dos años, 68 y 69 en México y regresé a Guatemala. Posteriormente salí de la montaña en 1986 y estuve hasta principios del año 90 en México. Hay dos épocas en México y un período más corto en Nicaragua. Cuando se habla de exilio muchos lo refieren como una tragedia, lo refieren como el amargo pan del exilio. Sería una farsa que yo dijera eso, para mí fue siempre una experiencia positiva particularmente en México, gente solidaria todo el tiempo encontrando-- También hicimos organización en México, logramos crear bases de apoyo y numerosos colaboradores y también militantes, gente que como internacionalistas fueron a luchar y murieron en Guatemala muchos de ellos, sobre todo en un ambiente de solidaridad, de cariño. Yo guardo los mejores recuerdos y máxime en México para mí todo. Verdaderamente es como una segunda patria llena de gente querida, la comida, la música y los recuerdos. Para nada para mí es un recuerdo amargo. Las penurias son como anécdotas. A veces había muchas cosas ricas para comer, otras veces no había, pero nunca faltó una actitud solidaria, jamás hubo momentos en que no encontráramos una actitud fraterna, solidaria, afectuosa. Así que los mejores recuerdos tengo yo de esas dos épocas en México. Brenda: ¿Qué cree usted que hubiera pasado si el movimiento hubiera alcanzado sus objetivos? Gustavo: Esa sí es la parte más complicada. Yo creo que no habría sido muy diferente a la experiencia de Nicaragua. La experiencia trágica de Nicaragua como una revolución triunfante, un cúmulo de sueños, de esperanzas se ha convertido en lo que es ahora con estas nuevas leyes que le permiten a Daniel Ortega reelegirse indefinidamente. Yo hago la broma, si hay que hablar de Anastasio Ortega o de Daniel Somoza, es una tragedia. No creo que hubiera sido muy diferente porque las condiciones no dependían solamente de la capacidad de los movimientos revolucionarios o la capacidad de los pueblos. Muchísimos otros factores, particularmente el papel de los Estados Unidos y en general del sistema mundial más los errores de los revolucionarios, las miserias humanas que indudablemente afectan. Sin embargo, eso no quiere decir que no haya sido una lucha necesaria, justa, que haya sido incorrecto haber buscado esa transformación. Deja otros logros, deja otros avances, pero esencialmente yo creo que no había madurez, no había la capacidad como para que si se hubiera producido un triunfo revolucionario por lo menos como el de Nicaragua en Guatemala y que habría ocurrido en El Salvador, necesariamente tendría que haber ocurrido una mayor consolidación en Nicaragua y un triunfo en El Salvador y en Guatemala y probablemente en ese orden para que las cosas hubieran sido distintas en ese momento. A la larga yo creo que no habría habido mucha diferencia de lo que históricamente ha ocurrido en Nicaragua a lo largo de estas décadas. Brenda: Cuéntame un poco sobre el momento cúspide del movimiento guerrillero y cómo después de su cúspide empieza a entrar en proceso de negociación de la paz. Gustavo: Sin lugar a dudas el momento más importante de desarrollo de la revolución en Guatemala se produce entre los años 80 y 81. Es cuando se da la incorporación masiva en algunas regiones particularmente indígenas en el altiplano occidental de Guatemala en una situación-- Esto es muy polémico, todavía hasta el día de hoy es un debate pendiente porque no está resuelto ni siquiera entre los propios revolucionarios o desde las ciencias sociales. Yo que lo viví estoy convencido de que sí se vivió una situación preinsurreccional. Sí hubo condiciones que dieron lugar a un ambiente, a una tendencia, a una dinámica, a una inercia de insurrección en Guatemala. Para mí esto es muy, muy importante, no solamente gracias al desarrollo del movimiento revolucionario, no solamente como consecuencia del desarrollo o de la fuerza del movimiento guerrillero. Ese fue un factor que influyó. Influyen otros elementos. Este es un tema largo muy largo y muy profundo, pero dicho rápidamente, la teología de la liberación que es un factor que no se valora suficientemente, muchos ni siquiera lo toman en cuenta, tuvo un efecto fuertísimo en esos momentos, jugó un papel muy grande. Hubo todo un proceso que era de acumulación, pero tuvo una cúspide también hace tiempo por las migraciones de las comunidades campesinas indígenas a las fincas de la costa sur, principalmente para el corte del café, de la caña de azúcar que empezó a crecer muchísimo, sobre todo esos dos cultivos, pero que puso a las comunidades, que puso a estos grandes contingentes de campesinos indígenas en contacto con relaciones capitalistas de producción. Ya no es el minifundista, ya no es el pequeño propietario, ya no es el campesino propiamente dicho, sino que ahí había un patrón, había un salario, había explotación, había robo, pero sobre todo en esos a lo largo de los años 70, es el auge del movimiento sindical. En esas mismas fincas, o en esos ingenios azucareros, o en esos beneficios cafetaleros habían sindicatos que todo eso para mí generó un proceso que podríamos llamar de semiproletarización. Eso tuvo un efecto también muy importante. Hay otro elemento fundamental que corresponde a esos años y es cómo fue cobrando fuerza el elemento de la identidad. Hoy en Guatemala es tan normal hablar del pueblo maya y los mayas, o yo soy maya quiché, o yo soy maya cachiquel, o yo soy maya zutuhil, pero en general el pueblo maya. Hoy eso es absolutamente normal y cotidiano, pero eso no tiene ni 40 años en Guatemala. 40 años atrás es mentira, nadie hablaba en esos términos. Se produjo, todo va vinculado, unas cosas influían en las otras, pero el elemento de identidad empezó a cobrar una fuerza que históricamente no se había producido. No podemos decir ni siquiera desde la invasión española, porque aún en los momentos que se produce la invasión española en 1525, en Guatemala la dispersión dentro de los pueblos indígenas, la confrontación entre los pueblos indígenas era casi total. Tampoco en ese momento había un elemento identitario, como surge en esta década de los años 70 y con qué rapidez elementos de cosmovisión, elementos todos, pero sobre todo lo maya como elemento unificador. Así como dije con relación a la teología de la liberación, creo que esto no ha sido suficientemente estudiado. No solamente por qué emerge, agarra esa fuerza y se extiende tan rápidamente como pólvora, sino el efecto que tuvo y, por supuesto, la presencia y la influencia del movimiento guerrillero. Teología de la liberación, un proceso de semiproletarización, el elemento de identidad y la influencia de la guerrilla, unidos esos elementos en un momento histórico determinado en una cultura, para mí es lo que explica por qué se produjo ese auge. Ahora, un auge que no tuvo la capacidad de convertirse en algo organizado y mucho menos en una fuerza armada, en una fuerza que tuviera los recursos para que ese auge, esa efervescencia, o esa insurrección, pudiera desembocar. Creo que históricamente es cuando justamente el papel de una vanguardia, de un partido político, o de un movimiento-- Uno no pude estudiar históricamente las coyunturas, la Revolución Francesa, la Revolución Bolchevique y otras experiencias en el mundo, produce esos resultados. Eso fue lo que se vivió, fue lo que vivimos, y por supuesto fueron momentos donde también cometimos errores tremendos, porque nos hizo caer en el triunfalismo. Nos hizo pensar que eso que estábamos viviendo, eso que estaba ocurriendo en el contexto de una Centromérica en llamas, la revolución nicaragüense, El Salvador en la situación que se encontraba, repito, estoy hablando de los años 80 y 81 sobre todo, que todo eso apuntaba o aseguraba el triunfo del movimiento revolucionario en Guatemala. Por supuesto, lo que subestimamos, lo que no previmos, lo que no fuimos capaces de entender, es la brutalidad con la que el sistema iba a responder, cómo el sistema justamente tenía el recurso del genocidio, cómo tenía apelar al genocidio como una manera brutal, bestial, despiadada de impedir que ese cambio se produjera. Eso no lo previmos y fue un error muy grande porque sucedió, porque ocurrió y por qué tuvo entonces ese efecto demoledor en el movimiento revolucionario y en general en todo este movimiento de insurgencia social. Brenda: Cuando se empieza a dar todo este movimiento por la paz, ¿cuál fue la respuesta del GPE en el proceso de paz? ¿Qué era lo que ustedes esperaban del proceso de paz? Gustavo: Este es otro tema muy complicado y muy profundo, porque no hubo una postura unánime. Algunos veíamos y entendíamos la necesidad de abrir justamente este espacio de negociación política, este espacio de búsqueda de acuerdos que permitieran ponerle fin al conflicto armado interno y poder suscribir una agenda, unos acuerdos de paz. Lo que significaba el término de la guerra, el término de la lucha armada y el paso a formas de lucha política, que claramente implicaba aceptar las reglas del juego democrático. Yo sí me incluyo entre quienes vimos eso, lo entendíamos y lo apoyamos o hicimos, trabajamos en razón de eso, pero había muchos compañeros y algunos contingentes importantes dentro del FPI, dentro de las otras organizaciones revolucionarias, que no lo veían así, que no lo entendían de esa manera, y mas bien lo veían como una traición, lo veían como una inconsecuencia con toda la lucha, con la sangre derramada, con los compañeros, con los mártires de la revolución, con el pueblo que había hecho tanto sacrificio, y que algunos decían abiertamente que jamás iban a firmar la paz, que jamás iban a abandonar las armas, etcétera. Esto dio lugar a una contradicción interna que no se resolvió nunca, ni en el EGP, ni en las otras organizaciones, porque la dirigencia, la comandancia y quienes estaban frente a las organizaciones empezaron a jugar con la ambigüedad. Empezaron a tener una especie de doble discurso, radical hacia adentro y negociador hacia afuera, intransigente hacia dentro y flexible hacia afuera. Esto para mí es el error más grande que se cometió y es lo que explica la situación de marginalidad, la situación de atomización y de profunda crisis, yo considero, que terminal de la izquierda revolucionaria en Guatemala. Porque por una parte se participó de manera activa, definitiva, incluso profunda en las negociaciones de paz, pero esa convicción no se trasladaba hacia la militancia, hacia los combatientes, hacia las bases. Para mí la contradicción más grande del EGP, por una parte, tenía un equipo político-diplomático, así se llamaba, o tenía miembros del FPD dentro de un equipo político-diplomático de la URNG, negociando con el gobierno, con el ejército, con el poder económico de Guatemala, discutiendo temas profundos en la mesa, debatiendo la redacción de los acuerdos de paz, pero hacia adentro se decía. Eso actuar de de esa manera era claro que sí, que constituía una decisión estratégica, una decisión de largo plazo, una decisión de profunda, definitiva, irreversible, hacia fuera, pero hacia dentro el discurso era, "No. Esto es una jugada táctica, esto es para ganar tiempo, esto es una jugada política". El EGP mantuvo una consigna interna, y está por escrito en los documentos de la época. Hasta junio de 1996, la paz definitiva se firmó en diciembre de 1996, hasta junio de ese mismo año la consigna interna era, "Firmes en el combate, seguros en la victoria". Eso es incompatible con decir, "Estamos negociando para ponerle fin a la guerra, y vamos a desmovilizarnos, y vamos a entregar las armas, y nos vamos a convertir en partido político, que va a tener que respetar las reglas del juego democrático. Vamos a participar en elección". Eso para mí, en primer lugar fue un error absolutamente estratégico. Creo que también una inconsecuencia, creo que también desde el punto de vista ético algo muy cuestionable, pero ahí está la explicación. Incluso, la enorme diferencia entre El Salvador y Guatemala. Yo viví, yo por parte del EGP fui responsable de la relación con las FPL de El Salvador por años, en fin, es otra historia muy larga. En varios momentos estuve en El Salvador y viví esas experiencias que nos sirvieron, a ellos los apoyamos para estar también en entrenarse, capacitarse en Guatemala. Dentro de esto me tocó en 1991 ir al El Salvador, cuando ya las negociaciones de paz entre el FMLN y el gobierno de El Salvador, y el ejército salvadoreño estaban muy, muy avanzada. Viví la manera como los guanacos, cómo los revolucionarios salvadoreños le explicaban a la gente, a los combatientes, a los militantes, a los colaboradores, a las bases de apoyo, cómo iban las negociaciones de paz, que se iba a firmar la paz, y cómo eso era consecuente, eso era lo que había que hacer en ese momento histórico. Muy a lo guanaco, con el florido lenguaje de los salvadoreños, me recuerdo algo, un compañero Facundo Guardado, que después se fue retirando, es miembro de la comandancia de las FPL en ese momento, era a quien yo acompañaba, con un fusil en la mano y con unos papeles en la otra, y decía, "Estas vergas las vamos a entregar, porque estos fierros ya cumplieron su papel, pero no nos vamos a quedar desarmados, porque aquí tenemos las nuevas armas", y hacia los papeles, "Aquí están las nuevas armas con las que vamos a luchar", y eran hojas de afiliación al partido político que iban a formar, hojas de afiliación para convertir al FMLN en un partido político. "Le vamos a demostrar a estos ricos hijos de puta que el pueblo es el partido político más vergón de la historia de este país". Lejos de transmitir derrotismo, frustración, abandono de la lucha, era la capacidad de decir, "Se terminó esto, y gracias a que hicimos todo esto, hoy podemos dar este paso". Para mí era tan dramática la experiencia guatemalteca con mi propia organización, tanto en el EGP como en la URNG, donde había ese juego ambiguo, ese esconder. Ahí están los resultados. Esa es la coyuntura en la que yo renuncié del EGP en 1993, esa fue una de las razones por las que yo renuncié de la dirección del EGP, y de los cargos que tenía en la URNG en 1993, hasta finales del 93 salí. Creo que no haber entendido efectivamente ese momento, y no haber tenido la capacidad de enfrentar las contradicciones, de enfrentar los desacuerdos, de enfrentar las críticas, y darle a eso una salida, fue un grave error, y las consecuencias las vemos hoy. La URNG en Guatemala como partido político es una fuerza absolutamente marginal 3%, 3.5% de los votos, un diputado, ahora lograron que les reconocieran otro, son dos diputados, un alcalde, de más de 333 municipios que había en las elecciones pasadas, un alcalde de la URNG, dos diputados de 158 en el parlamento, y 3.5% de los votos, es una marginalidad total. Creo que parte de la explicación de esta situación está en esa génesis, cómo esa transición de la lucha armada a la lucha política no se supo hacer. Brenda: ¿Cuénteme cómo ha cambiado usted personalmente después de toda esta experiencia en el movimiento guerrillero? ¿Cómo cree que ha afectado su forma de ver la vida y las condiciones políticas de Guatemala? ¿Cómo ha cambiado usted esencialmente, después de todo este proceso, de todos estos largos años en los cuáles formó usted parte del movimiento? Gustavo: Esto tiene que ver un poco con lo que decía al principio, de la misma manera como yo siento mi vida que tuvo un momento de inicio y ubico el día, el lugar, la hora, las circunstancias en las que tomé una decisión, y considero genuinamente, honestamente que he sido consecuente con eso. Realmente yo no siento grandes cambios en mí, yo no he tenido en ningún momento que dar virajes, que pasar de una-- Creo que básicamente he sido y sigo siendo la misma persona, sigo tan pobre como toda la vida, tengo una familia, tengo una casita de colonia clase media baja. No me siento acomodado, no me siento mucho menos, no solamente no tengo planes de jubilarme, y tampoco tengo con qué. Mi sensación es que en todo momento he hecho lo que he tenido que hacer, y que sigo haciendo lo que hoy, por supuesto en otras condiciones, en otro contexto se puede hacer. Porque tampoco nunca pretendí ser otra cosa, más que, no sé, honestamente, no es una falsa modestia ni mucho menos, pero nunca pretendí ser más que parte de un esfuerzo colectivo. Eso ha tenido continuidad. Cuando salí de mi organización, del EGP y de la URNG, en diciembre de 1993, yo por supuesto esto lo había hablado mucho con Rigoberta Menchú, una compañera muy querida y muy cercana con que teníamos ya una historia compartida de muchos años. Yo salí del EGP y al día siguiente asumí la dirección de la Fundación Rigoberta Menchú. Lo cual incluso desde el punto de vista de seguridad era una barbaridad, porque no se había firmado la paz. Claro, Rigoberta en ese momento era una sombrilla maravillosa, no era cualquier cosa ir del brazo de Rigoberta, incluso legalmente en Guatemala. Fueron años, estuve 11 años al frente de la Fundación Rigoberta Menchú, donde ese proyecto fue para mí muy positivo e hicimos cosas muy importantes e intentamos hacer otras, y justamente cuando eso ya no funcionó, cuando eso ya no se pudo, cuando ya no nos entendimos con Rigoberta, ella tomó otras decisiones creo que erróneas y creo que ahí están las consecuencias. No nos pusimos de acuerdo, y si antes yo había podido aconsejarla o apoyarla y ella tomaba en cuenta mis puntos de vista, llegó un momento en que eso ya no fue así y ella fue tomando sus decisiones con todo su derecho, absolutamente en todo el derecho de decidir y simplemente ya no coincidimos. Pero ese periodo mientras duró para mí fue muy positivo, fue muy gratificante y considero que hice lo que tenía que hacer en eso momentos, afortunadamente la vida me dio la oportunidad de hacerlo o de intentarlo por lo menos. Las coincidencias de la vida, yo ya había renunciado de la dirección de la fundación Rigoberta Menchú, hicimos un acuerdo de que yo no iba a abandonar nada, no iba a dejar tirado nada, tratando de que todo quedara lo más amarrado posible antes de salir, se fue prolongando todavía varios meses del año 2005 cuando se encontró al archivo a la policía. Yo estaba en la fundación Rigoberta Menchú, se supo la noticia del descubrimiento del archivo y varios, no solo de la fundación sino de otras organizaciones, fuimos a apoyar ese proceso y me quedé. Poco tiempo después el procurador de los derechos humanos me invitó a hacerme cargo de ese proceso. Perdone, necesito un poquito de agua. Brenda: Claro.